Hace apenas un mes que volvimos de nuestro primer viaje al Salvador, y solo podemos estar agradecidos con MAV Coffee por extendernos la invitación. Pasamos ahí una semana maravillosa en la que visitamos tres de las fincas de la familia Villavicencio.
Finca San Antonio
Llegamos a San Salvador un lunes por la noche. Ibamos invitados por MAV coffee, la empresa de Miguel Ángel Villavicencio para conocer sus fincas y que nos mostraran dónde cultivan su café.
La primera finca que visitamos fue la de San Antonio donde Miguel Ángel y sus dos hijos, Miguel Antonio e Irene, nos invitaron a tomar el primer café del día.
Después, ya cafeinados. Nos mostraron el beneficio viejo que ya no está en operación. Nos hablaron de su historia y la de la familia, que ha producido café ahí por cinco generaciones. Luego recorrimos el terreno, que es enorme y está dividido en parcelas para la cosecha. La idea es que las plantas interactúen entre sí ayudándose mutuamente a crecer. Esto también beneficia a la fauna y es una alternativa más sostenible a los monocultivos.
El café que trabajan ahí es un Blend Sarchimor. En el vivero brotan las semillas de los cafetos que luego son trasplantadas a las parcelas. Otra parte que nos llamó mucho la atención fue la casona donde nos hospedaron. La casa parece un museo lleno de muebles viejos y objetos antiguos.
Terminamos el día visitando el pueblo de Juayua donde cenamos pupusas, plato tipo salvadoreño.
Finca Valle de oro
Empezamos el día con un desayuno de campeones. Nos montamos nuevamente en la caja de la 4x4. y emprendimos el camino hacia el Beneficio Buenavista.
Al llegar, lo primero que nos llamó la atención fue un pirámide enorme hecha de lámina. Una estructura bastante peculiar en medio de toda la vegetación. Ahí es donde almacenan el café. Tiene esa forma porque antiguamente tiraban el grano desde un brazo mecánico alto y la lámina ayudaba a recolectarlo y también a reducir el calentamiento interior.Atrás de todo estaban los patios de secado. Ahí vimos los distintos procesos de los granos. Ese momento de tocar los granos y quedar manchado, en el que puedes oler y probar, es bastante increíble.Cada color de grano representa un proceso distinto. Vimos cómo le dan vuelta a los granos con la pala. Esto se hace cada cierto tiempo guiándose con el movimiento del sol. Cuando el sol avanza, mueven el layout de los granos para que se sequen bien. También tenían camas africanas.Después nos mostraron este monte de pulpa descartada. Eso olía a podredumbre absoluta. Ahí cerca tienen un taller de mecánica y una pequeña tostadora donde dan distintos talleres. Después nos mostraron este monte de pulpa descartada. Eso olía a podredumbre absoluta. Ahí cerca tienen un taller de mecánica y una pequeña tostadora donde dan distintos talleres.
Después nos fuimos a la finca Valle de Oro. Valle de oro es una finca pequeña pero mucho más moderna y eficiente. La trabajan de una forma más estructurada y genera más producción y mejor calidad. De Valle de Oro vienen los dos cafés que vamos a tener, uno lavado y uno natural. Ahí conocimos a Don Julio, el encargado de la finca, que junto con Miguel Antonio, diseñó el modelo de la plantación. Don Julio es Ingeniero agrónomo y tiene un gran amor por la tierra y sus procesos. Una persona muy amable, con mucho conocimiento y muchas ganas de compartirlo.
El camino que rodea la finca está pensado para que al recolectar, siempre quede cerca la vereda y no haya que hacer largas caminatas. Es un senda circular en la que se puede recorrer toda la finca. Este es un ejemplo de la eficiencia con la que se trabaja esta finca.
Lo que más nos llamó la atención fue el sistema de poda, en el que jugaban con la sombra que generan los árboles, con la poda de surcos específicos y de los propios árboles con una técnica específica. Cada tres surcos de árboles podaban en el siguiente orden: surco 1, surco 3 y surco 2. De manera que trabajaban creando sombra para no tener el surco 2 mucho más alto que el 1 cuando el uno está produciendo. Igual que pasa con cualquier árbol frutal, al cafeto hay que podarlo para que sea más productivo y que de fruta de mejor calidad. Lo que se hacía antes era cada 5 o 7 años cortar el árbol a tallo y que vuelva a crecer de ahí. Esto resulta en que durante dos años no tengas cosecha, porque tarda un año en crecer y después da frutos pero no da frutos de calidad. Con esta poda selectiva no se hace una poda tan radical. Se hace de manera más orgánica. Lo que ha pensado don Julio esta poda selectiva con la que un tercio de la finca siempre da fruta excelente, otro tercio de la finca da un fruto aceptable y un tercio siempre está en crecimiento. Tiene la finca dividida en 33 por cientos. Entre producción y crecimiento. A su vez la poda de altura la hacían a un nivel de hombro para que fuera más fácil la recolección. Los suelos en cuanto había un desnivel tenían la ladera formada como terracota para poder caminar cómodamente al rededor del árbol y también sirven para contener el agua, que no se lave el monte sino que el agua se absorba por la tierra al ser contenida. Estas terrazas sirven para las dos cosas.
La Pacaya
Despertamos tempranito y salimos rumbo a la Pacaya, la finca más lejana desde donde estábamos hospedados. Hicimos un poco más de una hora de camino. Metidos en el monte, en trechos de terreno complicados, íbamos saltando en la caja de la pickup.
De pronto, entre tanta selva, nos y cruzamos con lo que llaman “el pueblito”, que son literalmente cuatro casas. Atravesamos el pueblito y de nuevo nos rodearon árboles muy tupidos. En la Pacaya no hay nada, no hay ningún edificio, es solo monte, un camino y mucha mucha selva. La finca es tan grande que abarca prácticamente toda la montaña y no hay un límite bien marcado de dónde empieza la propiedad.
Avanzando por el sendero lleno vegetación a los costados, hay un punto en que los árboles se trasforman y de pronto todos son árboles de café. Ese es el centro geográfico del terreno. Es ahí donde crecen los cafetos.
Esta es la más finca que está a mayor altura sobre el nivel del mar, por lo que es donde tienen los mejores cafés, los más selectos y caros. Además de la altura, es así porque son más difíciles de tratar y de recolectar. Tenían un varietal Geysha y un varietal Moca que estaban increíbles.
Seguimos subiendo, ahora a pie porque se terninaba el camino, y llegamos a un punto en el que ya no tenían plantación y era solo selva. Don Julio se puso a contarnos sobre la montaña, los volcanes, los árboles, la importancia del PH de la tierra y cómo modificarlo.
Después nos explicaron cómo estaban intentando hacer la finca más amable para los trabajadores, porque la finca que está en una montaña muy inclinada. Lo que han hecho es crear un sistema de terrazas para que se pueda cosechar bien. Uno de los desafíos es que con la vegetación y todo lo que cae en el suelo, las terrazas se van reduciendo, se van gastando, por lo que tienen que rehacerlas cada tres años.
También están intentando hacer el camino más grande, Eso es muy complicado, porque la selva es muy cerrada, y se come el sendero. El objetivo es que el camino quede a mitad de todas las zonas de recolección para que no sea tan largo el trecho a recorrer.
La Pacaya es impresionante por la biodiversidad. Había pájaros y otra fauna local y directamente al lado de los cafetos, distintos tipos de árboles por todos lados
Después pasamos por fuimos Aprisco de Don Julio. Un lugar donde donde tiene cabras y cabritos pequeños, unos bichos divinos. Ahí generan quesos y leches y hacen formaciones para la gente local. Es un proyecto social importante en el que les enseñan a hacer productos lácteos. Nos dieron a probar el queso y estaba buenísimo.
Y ese fue el final del día, luego nos fuimos a la casa donde pasamos la última noche antes de salir a las 5 am hacia el aeropuerto. Nos despedimos de nuestros anfitriones sabiendo que no era un adiós sino un hasta luego y con muchas ganas de volver al Salvador, un país verdaderamente hermoso.